Los consumidores clave

JENNIFER JACQUET. Investigadora posdoctoral en economía medioambiental de la Universidad de la Columbia Británica.

Si hablamos de los recursos que compartimos, la ausencia de cooperación imposibilita el control del consumo. En el ya clásico artículo de Garrett Hardin sobre la «tragedia»,[1] todo el mundo consume en exceso, contribuyendo por igual al declive de los recursos comunes. Sin embargo, un puñado relativamente reducido de personas puede privar de un determinado recurso al resto del mundo.

Los biólogos están familiarizados con la expresión «especies clave», acuñada en el año 1969 a raíz de los experimentos de exclusión intermareal de Robert Paine. Paine descubrió que si eliminaba de la orilla del mar a los pocos equinodermos de cinco brazos que la habitan —como la estrella púrpura de mar, o Pisaster ochraceus— podía provocar que la población de las especies de las que esta se alimenta —como los mejillones— crecieran desmesuradamente, generándose de este modo un marcado descenso de la biodiversidad. Al desaparecer las estrellas de mar, los mejillones superaban en la competencia trófica a las esponjas. Al no haber esponjas tampoco se observaba la presencia de ningún nudibranquio. Las anémonas morían igualmente de inanición, dado que estas criaturas acostumbran a ingerir los organismos que las estrellas de mar desalojan de sus escondrijos. La Pisaster ochraceus era, por tanto, la piedra angular que mantenía la cohesión de la comunidad intermareal. Sin ella, todo cuanto podía verse eran mejillones, mejillones y más mejillones. La expresión «especies clave», que vendría a sugerir la constatación de los efectos de la desaparición de la estrella púrpura de mar, alude a todas aquellas especies cuya presencia ejerce sobre el medio ambiente en el que vive un efecto no proporcional a su abundancia numérica.

Pienso que en el ámbito de la ecología humana, las enfermedades y los parásitos desempeñan un papel similar al de la Pisaster del experimento de Paine. Si eliminásemos las enfermedades (e incrementásemos la cantidad de alimento) constataríamos que el Homo sapiens se erigiría en la especie dominante.

Resulta inevitable que los seres humanos reestructuren su entorno. Sin embargo, no todos los seres humanos consumen por igual. Si al hablar de una determinada especie clave nos referimos a una muy concreta, esto es, a aquella que estructura el ecosistema, yo considero que los consumidores claves pertenecen a un grupo particular de seres humanos: el de aquellos que cuentan con la posibilidad de estructurar el mercado de un recurso dado. El hecho de que un puñado de individuos ejerza una intensa demanda puede poner al borde mismo de la extinción a la flora y la fauna de una determinada zona.

Hay consumidores clave en los mercados del caviar, de las orquídeas conocidas con el nombre de zapatillas de dama, de los penes de tigre, del plutonio, de los primates usados como mascotas, de los diamantes, de los antibióticos, de los todoterreno Hummer y de los caballitos de mar.

Los nichos de mercado que han conseguido abrirse las ancas de rana en ciertas regiones muy concretas de los Estados Unidos, Europa y Asia están esquilmando las poblaciones de batracios de Indonesia, Ecuador y Brasil.

Los aficionados a los mariscos que acuden a los restaurantes de lujo están provocando que se desplomen las poblaciones de algunas especies de peces que llevaban ya varios millones de años prosperando en las aguas del planeta, como el pez reloj anaranjado del Atlántico o el bacalao austral de los mares antárticos.

El anhelo que tienen los consumidores chinos acaudalados por degustar una sopa de aletas de tiburón ha desembocado en la drástica reducción demográfica de varias especies de escualos.

Una de cada cuatro especies de mamíferos (o lo que es lo mismo, mil ciento cuarenta y una especies de mamíferos de las cinco mil cuatrocientas ochenta y siete especies de esa misma clase que pueblan el planeta) se halla en peligro de extinción.

Desde el siglo XVI se han extinguido ya, como mínimo, unas setenta y seis especies de mamíferos —y muchas de ellas, como el tigre de Tasmania, el alca gigante y la vaca marina de Steller, como consecuencia de una caza intensiva realizada por un grupo de individuos relativamente reducido—. Se ha comprobado que una reducida minoría de personas puede provocar la desaparición de una especie entera.

El consumo de recursos no vivientes también muestra un desequilibrio similar. El quince por ciento de la población mundial que puebla las regiones de Norteamérica, Europa occidental, Japón y Australia consume treinta y dos veces más recursos —entre ellos combustibles fósiles y metales— y genera una polución treinta y dos veces superior a la del mundo en vías de desarrollo, que es donde vive el ochenta y cinco por ciento restante de la población humana.

Las personas que habitan en las ciudades consumen más que las que viven en el campo. Un estudio reciente ha conseguido determinar que la huella ecológica del habitante medio de la población de Vancouver, en la Columbia Británica, es trece veces superior a la de su equivalente de los barrios periféricos o del ámbito rural.

Países desarrollados, urbanitas, coleccionistas de objetos de marfil… Quién es el consumidor clave depende del recurso en cuestión.

En el caso del agua, la agricultura es la responsable del ochenta por ciento del consumo de este recurso en los Estados Unidos, de modo que las inmensas granjas de producción agrícola a gran escala son en este caso los consumidores clave. ¿Por qué se centran tan a menudo entonces los esfuerzos encaminados al ahorro de este recurso en los hogares particulares en lugar de incidir en una mayor eficiencia en el uso del agua en las granjas? El concepto de «consumidor clave» ayuda a establecer en qué punto del proceso han de concentrarse los esfuerzos conservacionistas para conseguir que el beneficio de las inversiones correctoras sea mayor.

Como ya ocurriera en el caso de las especies clave, también los consumidores clave vienen a ejercer sobre el medio ambiente en el que habitan un impacto no proporcionado a su abundancia numérica. Los biólogos señalan que las especies clave han de centrar las prioridades del afán conservacionista, puesto que su desaparición podría provocar la pérdida de otras muchas especies. Y en el mercado, la prioridad debería girar en torno a los consumidores clave, dado que su desaparición podría permitir que el recurso afectado se recuperara. Los seres humanos han de ofrecer protección a las especies clave y poner coto a los consumos clave. De ello depende la vida de un gran número de especies y personas.

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El cambio climático. Un reto global que no tiene fronteras.

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[1] Alusión al artículo publicado en la revista Science por el ecólogo Garrett Hardin en el año 1968 y titulado «The tragedy of the commons» (La tragedia de los recursos comunes).

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