Los fundamentos del absolutismo

Thomas Hobbes

Thomas Hobbes en su obra “Leviatán” (1651) concibió un soberano todopoderoso con poder ilimitado y de esta manera, estableció el fundamento teórico del absolutismo. Su soberano era un dios mortal. Sin embargo, su poder no provenía de Dios, sino que lo era otorgado por un contrato” que suscribían sus súbditos entre sí.

Hobbes basa su teoría en una hipótesis básica que resulta hoy tan deprimente como lo fue para sus contemporáneos, hace ahora más de trescientos cincuenta años. Para Hobbes, el hombre no es un ser intelectual, sino un autómata.

El ser humano de Hobbes no es muy distinto de una máquina que se mantiene en movimiento, esto es, con vida, solo por el impulso de auto conservación. Según él, el hombre no aspira a elevarse, a la bondad de Dios, sus movimientos solo están dirigidos a lograr su propia actividad. El hombre es por naturaleza, un ser instintivo que carece de libre voluntad. Dado que solo está interesado en su propia conservación, actúa impulsado exclusivamente por la posibilidad de obtener alguna ventaja para él y está siempre dispuesto a enfrentarse a otros para conseguir los bienes escasos. En el peor de los escenarios imaginables, las condiciones de la naturaleza, la vida sería una guerra de todos contra todos: una lucha solitaria, pobre, brutal, salvaje y breve.

Los hombres pueden, sin embargo, evitar estas miserias, si atienden a la razón y se unen fundando un Estado. Para poder disfrutar de una existencia segura y pacifica pactan entre sí un contrato social, en virtud del cual traspasan todos sus derechos y reivindicaciones de poder a una única instancia, el soberano absoluto.

La condición para ello es que todos, sin excepción deben aceptar someterse a su autoridad. Con el acto fundacional del Estado, los súbditos transfieren su voluntad al soberano. A partir de ese momento, dejan de poseer derechos, están obligados a la obediencia absoluta. El poder del soberano es ilimitado. Uno de los aspectos más inquietantes del planteamiento de Hobbes es que si bien los ciudadanos se someten contractualmente a plegarse a su rey sin reservas, este no se obliga por contrato alguno con sus súbditos. La argumentación del autor es tan ingeniosa como desasosegante en este punto, ya que si el soberano no está vinculado por ningún pacto tampoco tendrá ocasión de romperlo.

En el año de 1649, fue ejecutado en Londres el rey de Inglaterra Carlos I, esta ejecución acabo con una tradición política de siglos de antigüedad en Europa y demostró que un soberano ya no gozaba de inmunidad, hasta entonces regia el principio de que Dios otorgaba directamente el poder al soberano: el rey era el representante de Dios en la tierra y solo respondía ante el Altísimo. La monarquía fue abolida y en los siguientes trece años Inglaterra fue gobernada por el parlamento.

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