EL SESGO EGOÍSTA

DAVID G. MYERS. Psicólogo social del Hope College de Míchigan; autor de A Friendly Letter to Skeptics and Atheists.

La mayoría de nosotros se auto atribuye una buena reputación. Esa es la esencia de un fenómeno que a veces resulta divertido, pero que muy a menudo se revela peligroso. Me estoy refiriendo a lo que los psicólogos sociales denominan el sesgo egoísta.

Aceptamos más responsabilidad en el éxito que en el fracaso, nos sentimos más autores de las buenas acciones que de las malas.

En los experimentos psicológicos, la gente se asigna de muy buena gana el mérito si se le dice que ha tenido éxito en un determinado empeño, atribuyendo esa circunstancia favorable a su capacidad y a su esfuerzo.

Sin embargo, las personas suelen achacar el fracaso a factores externos como la mala suerte o la «imposibilidad» de resolver el problema. Si ganamos al Scrabble es debido a nuestra destreza verbal. Si perdemos, la causa reside en el hecho de que nos hemos quedado «bloqueados con una “Q” y no nos ha salido ninguna “U”».

Las atribuciones egoístas se observan en los atletas (tras una victoria o una derrota), en los estudiantes (tras obtener una calificación elevada o baja en los exámenes), en los conductores (tras un accidente) y en los gestores (tras obtener beneficios o sufrir pérdidas). La pregunta «¿Qué he hecho yo para merecer esto?» es un interrogante que le planteamos a nuestros problemas, no a nuestros éxitos.

El fenómeno de la superioridad ilusoria: ¿cómo me amo a mí mismo? Permítanme que les enumere los modos.

No solo en la ciudad de Lake Wobegon[1] superan los niños, sin excepción, la media de sus congéneres. En un sondeo realizado por el College Board[2] estadounidense sobre ochocientos veintinueve mil bachilleres se observa que el cero por ciento de los encuestados se considera por debajo de la media en relación con su «capacidad para llevarse bien con los demás», mientras que el sesenta por ciento de los sujetos de ese mismo estudio se coloca en la franja del diez por ciento superior, y el veinticinco por ciento se juzga incluido en el uno por ciento de cabeza.

Cuando comparamos nuestra realidad con la del nivel que alcanzan por término medio nuestros semejantes, la mayoría de nosotros imagina ser más inteligente, más atractivo, menos dado a caer en los prejuicios, más ético, más sano y proclive a vivir más tiempo —un fenómeno que ya Freud señaló en el chiste del hombre que le dice a su esposa: «Si uno de los dos muere antes que el otro, creo que me iré a vivir a París».

En la vida cotidiana, más de nueve de cada diez conductores sitúan sus aptitudes al volante por encima de la media, o eso presuponen.

En los sondeos efectuados en las facultades universitarias, el noventa por ciento o más de los profesores se consideran superiores al promedio de sus compañeros (circunstancia que evidentemente suscita algunas envidias y descontentos si se da el caso de que los talentos que uno tiene la plena seguridad de poseer resultan infravalorados).

Cuando los maridos y las esposas ponderan el porcentaje de trabajo doméstico que corre a su cargo, o cuando se pide a los miembros de un equipo que estimen sus respectivas contribuciones al desempeño global, la suma de las apreciaciones personales suele superar el cien por cien.

Los estudios relacionados con el sesgo egoísta y otras conductas similares —como el optimismo ilusorio, la autojustificación y el sesgo endogrupal— nos recuerdan lo que la literatura y la religión nos han enseñado: que es frecuente que el orgullo preceda a la caída.

El hecho de que nos percibamos favorablemente a nosotros mismos y a nuestro grupo nos protege de la depresión, amortigua el estrés y mantiene nuestras esperanzas. Sin embargo, todos esos beneficios se producen a costa de la discordia marital, del bloqueo de las negociaciones, de la condescendencia fundada en prejuicios, del endiosamiento nacional y de la guerra.

El hecho de cobrar conciencia del sesgo egoísta no nos aboca a adoptar posturas próximas a la falsa modestia, sino a un tipo de humildad que constata tanto nuestros auténticos talentos y virtudes como los méritos de los demás.

Si quieres saber más sobre este y otros temas relacionados, te invito a leer los siguientes apuntes:

Las distorsiones cognitivas. Pensamientos irracionales que dan paso a nuestras emociones negativas.

Los modelos mentales. Nuestra manera de ver el mundo. Como gestionarlos

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[1] Se trata de una población ficticia del estado de Minnesota en la que, según se dice, «todas las mujeres son fuertes, todos los hombres son guapos y todos los niños están por encima de la media». En los países anglosajones se habla por tanto del «efecto Lake Wobegon» para aludir a la natural tendencia por la que los seres humanos propendemos a sobrestimar nuestras facultades y capacidades.

[2] Organización dedicada a la realización de Pruebas de Aptitud Académica con las que las instituciones educativas seleccionan a los alumnos mejor capacitados a priori.

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