La carga cognitiva

NICHOLAS CARR. Periodista especializado en ciencia y tecnología; autor de Superficiales: ¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes?

Imagínese repantigado en el sofá de su sala de estar, absorto en la contemplación de un nuevo episodio de Justified en la televisión, y que de pronto le cruza la cabeza el pensamiento de que tiene que hacer algo en la cocina. Se levanta, recorre la alfombra con unos cuantos pasos apresurados, y entonces, en el preciso momento en que llega a la cocina —¡paf !— se da usted cuenta de que acaba de olvidar lo que había venido a hacer. Permanece usted unos instantes ahí, de pie, aturdido, y luego se encoge de hombros y vuelve al sofá.

Estos pequeños fallos de memoria se producen con tanta frecuencia que no les prestamos demasiada atención. Les damos carpetazo diciendo que son otros tantos casos de «despiste», o si ya vamos cumpliendo años, los calificamos de «cosas de la edad». Sin embargo, estos incidentes vienen a revelar una de las limitaciones fundamentales de nuestra mente, a saber, la minúscula capacidad de nuestra memoria de trabajo.

La memoria de trabajo es lo que los científicos que estudian el cerebro denominan el almacén de información a corto plazo, ya que es ahí donde conservamos el contenido de nuestra conciencia en un momento dado cualquiera —es decir, una selección de todas las impresiones y pensamientos que afluyen a nuestra mente a lo largo del día—.

En la década de 1950, George Miller, un psicólogo de la Universidad de Princeton, expuso el célebre argumento de que nuestros cerebros únicamente pueden almacenar siete fragmentos de información de manera simultánea. E incluso esa cifra podría resultar excesivamente elevada, dado que en la actualidad hay investigadores del cerebro que creen que la capacidad máxima de nuestra memoria de trabajo se limita simplemente a tres o cuatro elementos.

Llamamos carga cognitiva a la cantidad de información que accede al plano consciente en un instante dado cualquiera. Si nuestra carga cognitiva supera la capacidad de nuestra memoria de trabajo, nuestras competencias intelectuales sufrirán las consecuencias. La información entra y sale de nuestra mente a tanta velocidad que nunca llegamos a aprehenderla adecuadamente de forma consciente. Y esa es la razón de que uno no recuerde lo que había ido a hacer a la cocina. La información se desvanece antes de que tengamos siquiera la posibilidad de transferirla a nuestra memoria a largo plazo e incorporarla a la madeja de nuestros conocimientos.

De este modo recordamos un menor número de cosas y nuestra capacidad para pensar de manera crítica y en términos conceptuales se debilita. Una memoria de trabajo sobrecargada tiende, asimismo, a incrementar nuestro nivel de distracción. A fin de cuentas, como ya ha señalado el neurocientífico Torkel Klingberg: «Hemos de recordar en qué tenemos que concentrarnos». Si perdemos de vista ese objetivo, las «distracciones conseguirán distraernos todavía más».

Hace ya mucho tiempo que los psicólogos del desarrollo y los estudiosos que investigan en el campo educativo utilizan el concepto de «carga cognitiva» para diseñar y evaluar las distintas técnicas pedagógicas.

Saben que si se proporciona un exceso de información a un estudiante, haciéndolo además con demasiada rapidez, la comprensión se degrada y la calidad del aprendizaje se deteriora. Sin embargo, ahora que todo el mundo —gracias a la increíble velocidad y volumen de las modernas redes de comunicación digitales y a los distintos artilugios que nos permiten manejarlas— se ve desbordado por la cantidad de bits y de elementos informativos que recibe, superior a la de cualquier otra época anterior, el hecho de lograr una mejor comprensión de la noción de carga cognitiva podría beneficiarnos a todos, influyendo en nuestra memoria y en nuestro pensamiento.

Cuanto más conscientes seamos de lo pequeña y frágil que es nuestra memoria de trabajo, tanto más capacitados quedaremos para supervisar y gestionar nuestra carga cognitiva. De este modo adquiriremos una mayor destreza en el control del flujo de información que atraviesa nuestra conciencia.

Hay veces en que uno quiere verse inundado de mensajes y otros elementos de información. La sensación de conectividad y el cúmulo de estímulos pueden resultar emocionantes y placenteros. Sin embargo, es importante recordar que hacen lo que respecta al modo en que funciona nuestro cerebro, la sobrecarga de información no es únicamente una metáfora, es realmente un estado físico.

Cuando uno se deja absorber por una tarea intelectual particularmente importante o complicada, o cuando deseamos saborear sin más una experiencia o una conversación, lo mejor es cerrar la llave de paso de la información hasta no dejar más que un leve hilillo en un segundo plano.

Si quieres saber más sobre este y otros temas relacionados, te invito a leer los siguientes apuntes:

Las distorsiones cognitivas. Pensamientos irracionales que dan paso a nuestras emociones negativas.

Los modelos mentales. Nuestra manera de ver el mundo. Como gestionarlos.

El sesgo egoísta. Por qué aceptamos más responsabilidad en el éxito que en el fracaso y nos sentimos más autores de las buenas acciones que de las malas.

Si te ha parecido interesante este post déjanos un comentario.

Deja un comentario